Nuestra
historia

En España, allá por los años cincuenta, se estabiliza en Cuenca la Congregación fundada por AMADORA GÓMEZ ALONSO, conmovida por la miseria e indiferencia de la humanidad en los años de la postguerra, y ansiosa de hacer manifestar el fuego ardoroso y devorador del Amor del Corazón de Jesús, que se consume en ansias de abrasar con CARIDAD a toda la tierra.

Insertas en plena sociedad en pequeñas comunidades ambulantes, según proyecto de su Fundadora, las Celadoras del Reinado del Corazón de Jesús, extienden su Reino con todo tipo de misión, con fuerza y ardor, tratando de vivir con su entrega y testimonio, al servicio humilde de todas las personas que se ponen en su contacto y compartiendo la vida y trabajo de los más desfavorecidos, como regla absoluta.

Mujeres buscadoras de Dios

Enamoradas del mensaje de Su Amor y de las almas, pasamos nuestra vida en un ejercicio permanente de gratuidad, servicio y entrega incondicional en una sociedad basada en el tener, en el adquirir, en el poder y en el prestigio que genera, entre otras consecuencias, desesperanza, insolidaridad, evasión y situaciones de pobreza.

Nosotras, conscientes de esta situación, salimos al encuentro para con otros valores transformarla, pero; ¿cómo llevar a cabo esta empresa? Estando atentas a los signos de los tiempos y siendo continuamente fieles a los deseos e inspiraciones que Dios nos va marcando día a día.

Impulsoras y amantes
de la oración y de la Eucaristía.

Porque el centro de nuestras vidas, además de la oración, es la humildad, que vivimos con exquisita fidelidad y exigencia. Junto al Sagrario encontramos el valor para todas nuestras decisiones.

Uno de los puntales de nuestra vida es el sacramento de la Eucaristía, del que nos nutrimos, lo vivimos con profundidad y sumo respeto.

La esencia

Característica esencial de nuestro Instituto es una exquisita caridad, que todos los miembros manifestamos tanto en los pequeños detalles como en cualquier servicio incondicional, y la expresamos conforme a las actitudes del Corazón de Jesús en forma de misericordia, de acogida, de compasión, de entrega y de amor sin límites.

Así es nuestro Carisma y así nos lo ha dejado marcado en nuestras vidas la Madre Amadora.

El Celo Apostólico   que lleva implícito nuestro nombre, nace y se nos da como don del Corazón de Cristo y quiere imitar el celo sacrificado de Jesús por vivir la Voluntad del Padre que es la salvación de todo ser humano.


Esta pasión por Cristo y su Reino está explicitada en estos términos por nuestra Fundadora: «La esencia de la Celadora, y del Evangelio, es arder en fuego de amor y de caridad con todo prójimo sea como sea» (Pensamientos de M. Amadora, nº 52).

Alimentamos este fuego asiduamente en la oración y en la Eucaristía, compartiéndolo con nuestras hermanas y estimulándolo con nuestras labores apostólicas. Así contribuimos a enriquecer y reavivar sin cesar el celo misionero de la Iglesia.